viernes, 20 de mayo de 2011

Los cambios políticos en América Latina, 1876-1910

Los gobiernos oligárquicos

Durante las últimas décadas del siglo XIX, en las diferentes regiones de América Latina se consolidaron los estados nacionales y se constituyeron gobiernos que representaban a la oligarquía. Esta plabra hace referencia a un pequeño grupo de personas que por la posición dominante que ocupa en el plano económico logra controlar las decisiones que se toman en el plano político. Los gobiernos oligárquicos hicieron suyos los intereses de los inversores extranjeros, que privilegiaban el orden interno (ausencia de guerras y enfrentamientos políticos o sociales) como condición necesaria para el crecimiento económico. Las oligarquías gobernaban o reclamaban que se gobernase en nombre de sus propios intereses económicos. Eran los beneficiarios del crecimiento de las exportaciones y del comercio. Consideraban que el gobierno tenía que promover el progreso, asegurando el orden interno por las armas y la expansión de las comunicaciones (ferrocarril y telégrafo).  

Su búsqueda de autoridad política a finales del siglo XIX tomó dos formas básicas. En una, los terratenientes y otras élites económicas tomaron el control del gobierno de forma directa, como en Argentina y Chile. Querían construir gobiernos fuertes, por lo habitual con apoyo militar. Cuando se permitía la competencia electoral entre partidos políticos que representaban a las diferentes facciones de la clase dirigente, se aseguraban la exclusión de la mayoría de la población, limitando los derechos políticos por la vía del estableciomiento de una renta mínima para ser elector. También se aseguraban los resultados electorales más favorables a sus intereses mediante el fraude en las votaciones.

En la otra forma, la autoridad política se logró con la imposición de dictadores fuertes, a menudo con cargos militares, para asegurar la ley y el orden en beneficio de las clases altas terratenientes, los comerciantes enriquecidos y los inversores extranjeros. Porfirio Díaz en México, que gobernó dictatorialmente de 1876 a 1911, es el ejemplo más notable, pero el modelo también apareció en Venezuela, Perú y otros países. En contraste con la gobiernos oligárquicos donde las élites ejercían el poder político directo, aquí se trataba de la aplicación indirecta de su autoridad mediante dictadores que no solían provenir de los estratos más altos de la sociedad. En Uruguay se combinaron las dos formas, primero durante el "Militarismo", entre 1876 y 1890, y después, durante el "Civilismo" de 1890 a 1911.
  

Porfirio Díaz, México, 1910
Máximo Santos y el militarismo en Uruguay, óleo de Juan Manuel Blanes, 1885 

Lo importante para los gobiernos oligárquicos era la estabilidad y el control social. Se suprimieron los grupos disidentes y se contuvo la lucha por el poder dentro de círculos restringidos. Sin duda, una de las metas básicas de estos regímenes era centralizar el poder, si era necesario quitándoselo a los caudillos regionales, y crear estados-nación poderosos y dominantes. 

El desarrollo de las economías de importación en los países de América Latina generó condiciones para que los gobiernos pudiesen consolidar la autoridad del Estado, centralizando la toma de decisiones en la capital y gobernando desde allí el resto del país. Esto fue posible porque el aumento de las exportaciones y las importaciones permitió el aumento de las rentas de los estados nacionales, cuyas finanzas dependían de los impuestos que cobraban al comercio exterior. El Estado, aedmás, pudo conseguir préstamos en el exterior contando con el respaldo de una recaudación impositiva en aumento. Con estos recursos, los gobiernos se aseguraron la lealtad de sus ejércitos, realizaron obras públicas y pudieron pagar los sueldos de sus funcionarios.

La estabilidad política se consideraba algo esencial para atraer la inversión extranjera que, a su vez, estimularía el crecimiento económico y cuando llegaba la inversión, ayudaba a fortalecer las fuerzas de la ley y el orden. Los ferrocarriles son un ejemplo: los inversores extranjeros se resistían a colocar sus fondos en un país amenazado por el desorden político; pero una vez que se construían los ferrocarriles, como en el caso de México, se convertían en instrumentos importantes para consolidar la autoridad central, ya que podían usarse (y lo fueron) para despachar tropas federales a sofocar levantamientos en casi cualquier parte de la nación.

Adaptado de: Thomas Skidmore y Peter Smith, "Las transformaciones en la América Latina contemporánea (década de 1880-década de 1990)". en Historia contemporánea de América Latina, Crítica, 1996.

viernes, 6 de mayo de 2011

Las transformaciones sociales en América Latina, 1880-1930

En América Latina, el rápido crecimiento de las economías de exportación en las últimas dècadas del siglo XIX causó importantes transformaciones sociales.


La clase alta se modernizó debido a los nuevos incentivos económicos. Los propietarios de grandes extensiones de tierras dejaron de contentarse con simplemente producir para la subsistencia; en su lugar, buscaron la forma de aumentar sus ganancias, lo cual condujo al surgimiento de un espíritu empresarial que marcó un cambio significativo en la apariencia y conducta de estos grupos sociales, quienes comenzaron a asumir los valores de la dominante burguesía europea. Los ganaderos de Argentina, los cultivadores de café de Brasil, los plantadores de azúcar de Cuba y México, todos buscaban eficiencia y éxito comercial.


Surgieron nuevos grupos sociales que desempeñaban funciones económicas y profesionales para la clase alta. Los comerciantes cumplieron una función esencial en esta transformación. Ahora muchos eran extranjeros y vincularon las economías latinoamericanas con los mercados ultramarinos, en particular con Europa. También se contempló una evolución entre los profesionales, abogados y demás representantes de los grupos extranjeros y nacionales en sus transacciones comerciales. Los abogados siempre habían sido importantes, pero ahora nuevas funciones al ayudar a determinar las leyes necesarias para gobernar y administrar en esta nueva época. 


La consolidación del modelo de crecimiento agro y minero exportador impulsó otros dos cambios fundamentales en la estructura social. Uno fue la aparición y el aumento de las clases medias. Por la ocupación desempeñada, a ellos pertenecían los profesionales, pequeños comerciantes y empresarios que se beneficiaban de la economía de exportación-importación, pero que no se encontraban entre las clases altas en cuanto a propiedades o liderazgo. Los portavoces del sector medio solían hallarse en las ciudades, tenían una educación bastante buena y buscaban un lugar reconocido en su sociedad. 

El segundo cambio importante tuvo que ver con la clase trabajadora. La expansión de las economías de exportación se dio junto con una importante inmigración proveniente de Europa, principalmente entre 1880 y 1910. La mayoría de estos inmigrantes se incorporaron a la actividad económica como obreros, artesanos o empleados del sector servicios. Estos trabajadores solían establecer sociedades de ayuda mutua y sindicatos. Los más importantes desde el punto de vista de la movilización sindical eran los trabajadores de la infraestructura que hacía posible las exportaciones e importaciones, por ejemplo los ferrocarriles y puertos. Por otra parte, el estado relativamente primitivo de la industrialización significó que la mayoría de los trabajadores estuvieran empleados en firmas muy pequeñas, habitualmente de menos de 25 empleados. Sólo unas cuantas industrias, como las textiles, se adecuaban a la imagen de enormes fábricas con técnicas de producción masivas. Los sindicatos en cuestión se solían organizar por oficios y no por industrias. La excepción eran los trabajadores de los ferrocarriles, las minas y los muelles, que no por coincidencia se hallaban entre los militantes más activos. 


Otro cambio importante, que se consolidó entre 1900 y 1930, afectó al equilibrio entre el número de población rural y urbana de la sociedad. Se combinaron la importación del trabajo y la migración campesina para producir el crecimiento a gran escala de las ciudades. En 1900 Buenos Aires ya era una ciudad grande y cosmopolita con unos 750.000 habitantes. Casi un cuarto de la población argentina vivía en ciudades con más de 20.000 habitantes; lo mismo ocurría en Cuba. Cerca del 20 por 100 de la población chilena residía en asentamientos similares, mientras que las cifras correspondientes a Brasil y México (el último con una población indígena sustancial) bajaban al 10 por 100. En Centroamérica las cifras también se hallaban por debajo del 10 por 100 y en Perú caía al 6 por 100. El hecho generalizado es que la expansión de las economías de exportación-importación ocasionó la urbanización de la sociedad latinoamericana. 


Thomas Skidmore y Peter Smith, "Las transformaciones en la América Latina contemporánea (década de 1880-década de 1990)". en Historia contemporánea de América Latina, Crítica, 1996.

Las transformaciones económicas en América Latina, 1880-1930

Inicio del crecimiento basado en la exportación-importación (1880-1900)

La Revolución Industrial europea fue lo que precipitó el cambio en las economías latinoamericanas. A finales del siglo XIX la industrialización europea empezó a ocasionar una fuerte demanda de productos alimenticios y materias primas. Los trabajadores ingleses y europeos, que ahora vivían en las ciudades y trabajaban en fábricas, necesitaban comprar los alimentos que ya no cultivaban, y los dirigentes de la industria, preocupados por extender su producción y sus negocios, buscaban materia prima, en particular minerales. Ambos incentivos llevaron a los gobiernos e inversores europeos a buscar en África, Asia y, por supuesto, América Latina.

Como resultado, los principales países latinoamericanos pasaron por una sorprendente transformación a finales del siglo XIX, especialmente desde 1880. Argentina, con sus vastas y fértiles pampas, se convirtió en un importante productor de bienes agrícolas y ganaderos: lana, trigo y sobre todo carne. Chile resucitó la producción de cobre, industria que había caído en decadencia tras los años de la independencia. Brasil se hizo famoso por su producción de café. Cuba cultivó café, además de azúcar y tabaco. México empezó a exportar una serie de materias primas, desde el henequén (fibra utilizada para hacer cuerda) y el azúcar, hasta minerales industriales, en particular cobre y zinc. Centroamérica exportó café y plátanos, mientras que de Perú salieron azúcar y plata.

El desarrollo de estas exportaciones fue acompañado de la importación de productos manufacturados, casi siempre de Europa. América Latina compraba textiles, maquinaria, bienes de lujo y otros artículos acabados en una cantidad relativamente grande, con lo que se dio un intercambio, aunque los precios de las exportaciones latinoamericanas eran mucho más inestables que los de las europeas.

A medida que progresaba el desarrollo, la inversión de las naciones industriales, en especial Inglaterra, fluyó hacia América Latina. Entre 1870 y 1913, el valor de las inversiones británicas aumentó de 85 millones de libras esterlinas a 757 millones, una multiplicación casi por nueve en cuatro décadas. Hacia 1913, los inversores británicos poseían aproximadamente dos tercios del total de la inversión extranjera. Una de sus más firmes inversiones era la construcción de ferrocarriles, en especial en Argentina, México, Perú y Brasil. Los inversores británicos, franceses y estadounidenses también pusieron capital en empresas mineras, sobre todo en México, Chile y Perú, lo que significó que los latinoamericanos no hubieran de invertir allí, pero también que el control de los sectores clave de sus economías pasara a manos extranjeras.

De este modo, a finales del siglo XIX, se había establecido una forma de crecimiento económico basado en la “exportación-importación” que estimuló el desarrollo de los sectores de materias primas de las economías latinoamericanas. El impulso y el capital provinieron en su mayoría del exterior. Con la adopción de esta alternativa, América Latina tomó un camino comercial de crecimiento económico “dependiente” de las decisiones y la prosperidad de otras partes del mundo.
 
A comienzos del siglo XX las economías latinoamericanas orientadas a la exportación iniciaron un período de prosperidad notable. Argentina se volvió un país rico por su economía basada en la carne y el trigo. En México, aparecieron y se extendieron las plantaciones que producían henequén en Yucatán y azúcar en las zonas centrales, en especial al sur de la capital; la minería era también rentable y la naciente industria petrolera comenzaba a convertirse en una actividad significativa. Seguían creciendo las exportaciones de cobre de Chile, que también cultivaba algunas frutas y trigo para los mercados internacionales. Las mejoras tecnológicas llevaron al aumento de la producción azucarera en el Caribe, especialmente en Cuba, cuando los propietarios estadounidenses aceleraron sus inversiones en trapiches de azúcar modernos. Brasil vivía de las exportaciones de café y caucho natural. La United Fruit Company extendió sus inmensas plantaciones de plátanos en Centroamérica. En todos estos países, la economía monetaria se había vuelto más sensible a las tendencias de la economía mundial, donde las exportaciones conseguían divisas para comprar  las importaciones necesarias. Todo impacto importante de la economía mundial producía efectos rápidos y espectaculares en los sectores mercantilizados. Aunque la industrialización seguía siendo incipiente, ya había fábricas en sectores como el textil, artículos de cuero, bebidas, procesamiento de alimentos y materiales de construcción. Los sectores de servicios más dinámicos eran el transporte, la burocracia estatal, el comercio y las finanzas. 


Thomas Skidmore y Peter Smith, "Las transformaciones en la América Latina contemporánea (década de 1880-década de 1990)". en Historia contemporánea de América Latina, Crítica, 1996.


lunes, 2 de mayo de 2011

La expansión colonial

Entre 1884 y 1885, Alemania, Italia, los Países Bajos, Bélgica, Estados Unidos, Japón y otros países se reunieron en la Conferencia Internacional de Berlín. En esa reunión resolvieron algunos conflictos planteados entre ellos por el control sobre el territorio de África y establecieron las reglas que se comprometían a respetar en el futuro. Los representantes de las potencias coloniales acordaron respetar la libre navegación de los grandes ríos, la prohibición de la trata de esclavos y el derecho de una potencia a ocupar el interior de un territorio si ocupaba sus costas. En poco tiempo, estas potencias coloniales se repartieron toda Oceanía y casi todo el continente africano. La mayor parte de los Estados asiáticos controlados por gobernantes locales conservaron su independencia, pero los países occidentales establecieron en ellos “zonas de influencia”, en las que cada potencia tenía prioridad para comerciar e invertir.

La nueva expansión colonial tuvo causas económicas, demográficas, políticas y culturales. Los países industrializados necesitaban ampliar los mercados donde colocar sus productos y obtener materias primas y, también, nuevas oportunidades para realizar inversiones de capital rentables. Al mismo tiempo, como consecuencia del importante aumento de la población que se había registrado en Europa durante el siglo XIX, muchos europeos encontraron en los territorios conquistados lugares donde radicarse en busca de mejores oportunidades y abandonaron sus países de origen. La expansión también estuvo relacionada con la pretensión de los europeos de extender su propia cultura, a la que consideraban “superior”, y con la creciente difusión de ideas nacionalistas.

Desde comienzos del siglo XX, se utilizó el concepto de imperialismo para referirse a este proceso de expansión que las potencias capitalistas habían comenzado a fines del siglo XIX. En 1877, la reina Victoria sumo a su título de “reina de Gran Bretaña” el de “emperatriz de la India”. Para los gobiernos de las potencias industriales de Europa, la creación de extensos imperios coloniales fue un objetivo fundamental y los propios contemporáneos llamaron a su época la “era del imperialismo”.

La formación de los nuevos imperios coloniales dio lugar a una actividad diplomática muy intensa, que tenía como objetivo resolver los numerosos conflictos que se originaron entre las potencias coloniales y que, en repetidas ocasiones, estuvieron a punto de desembocar en guerras. El continente americano no fue afectado por el nuevo reparto colonial. Pero, de todos modos, los países latinoamericanos también estuvieron sometidos al control de las potencias industriales europeas, principalmente de Gran Bretaña. Los términos del intercambio entre América latina y Gran Bretaña hicieron a las economías latinoamericanas muy vulnerables y dependientes de las decisiones económicas y políticas de la potencia europea. Por esta razón, aunque los países latinoamericanos eran políticamente independientes, el gobierno inglés presionaba a los gobiernos locales con el objetivo de beneficiar sus propios intereses, sin necesidad de conquistarlos y convertirlos en colonias. Por esta razón, algunos historiadores consideran que América latina conformó el llamado “imperio informal británico”.

Viejas y nuevas colonias
 
Las nuevas colonias organizadas a fines del siglo XIX tenían características diferentes de las colonias del siglo XVI. Estas últimas habían sido, en su mayor parte, colonias de asentamiento, en las que los conquistadores buscaban un lugar para vivir y crearon sociedades con un modo de vida similar al de sus países de origen. Las nuevas, en cambio, eran colonias de ocupación, en las que una minoría de colonizadores europeos controlaba el poder político y gobernaba sobre una mayoría de población nativa que conservaba su propia cultura.

Imperios coloniales en 1914


-Tomado de Ciencias Sociales EGB Tercer Cìclo 9, Buenos Aires, Editorial Aique, 2001.

La nueva división internacional del trabajo

En la segunda mitad del siglo XIX, el proceso de unificación del mundo se aceleró rápidamente. Los intercambios entre las distintas regiones del planeta se hicieron cada vez más fluidos, gracias a los nuevos sistemas de transporte y de comunicaciones. La unificación no se registró sólo en el plano económico. Los cambios en los transportes posibilitaron el traslado masivo de personas a largas distancias, mientras que el telégrafo, por su parte, revolucionó las formas de circulación de la información. Sin embargo, la integración de un sistema económico mundial provocó, al mismo tiempo, una nueva división internacional del trabajo.

La economía mundial creció y se diversificó como consecuencia de la demanda de viejas y nuevas materias primas por parte de los países industrializados. Además de insumos industriales, estos últimos países demandaban metales preciosos y alimentos para una población que crecía y que disponía de ingresos en aumento. Estas condiciones estimularon la incorporación de nuevas regiones productoras a la economía mundial. Por otra parte en las regiones proveedoras de materias primas y alimentos, los capitalistas de los países industrializados podían invertir su capital excedente, por ejemplo en el desarrollo de la intraestructura y los transportes ligados al circuito de su comercio. A su vez, las sociedades periféricas se transformaron en mercados consumidores de los productos industrializados de las económías metropolitanas.

En el nuevo sistema económico mundial, rápidamente, se diferenciaron conjuntos de países con distintas funciones. Por un lado, un centro integrado por países industrializados se especializó y concentró la producción de manufacturas, de bienes de capital y de tecnología. Por otro lado, el resto de los países del planeta se especializaron en la producción primaria, de alimentos y materias primas, para abastecer a los países centrales. Por esta razón, por que organizaron sus producciones económicas «alrededor» de las demandas del centro, comenzaron a ser denominadas periferias capitalistas.

En la nueva división internacional del trabajo, cada país se especializaba, según el principio de las ventajas comparativas, en aquellas producciones para las cuales contaba con las condiciones más ventajosas y, por lo tanto, podía ofrecer a mejor precio. Al mismo tiempo, los países importaban el resto de los productos que necesitaban.

América latina en la nueva división internacional del trabajo

El desarrollo de la industrializacion en Gran Bretaña y otros paises europeos provocó la integración de América latina a la economía capitalista mundial. De acuerdo con la división internacional del trabajo, en los países latinoamericanos, los grupos de terratenientes más poderosos reorientaron las economías locales para responder a las demandas de los paises centrales. El objetivo fue organizar la producción de materias primas y alimentos para exportarlos a los paises industrializados.

Por ejemplo, en la Argentina, la nueva vinculación con el mercado mundial, a través de la exportacion de carnes y cereales, produjo importantes cambios económicos, sociales y políticos. En esta etapa de desarrollo agroexportador se produjo un importante crecimiento económico que benefició principalmente a los grandes propietarios de tierras que, además,  controlaron el poder político.

Embarque de carnes, alrededor de 1910, en el puerto
de Buenos Aires

-Tomado de Ciencias Sociales EGB Tercer Cìclo 9, Buenos Aires, Editorial Aique, 2001.

La segunda revoluciòn industrial y las transformaciones en el capitalismo

La segunda fase de la Revolución industrial

La segunda fase de la Revolución Industrial se desarrolló en Inglaterra, Francia, Alemania, Estados Unidos y Japón. Comenzó hacia 1870 y se extendió hasta 1914, cuando estalló la Primera Guerra Mundial. Durante esta segunda fase comenzaron a aprovecharse nuevas fuentes de energía y surgieron industrias nuevas. Los fabricantes de maquinaria textil y herramientas agrícolas necesitaban hierro barato y de buena calidad. En respuesta a estas demandas se introdujeron importantes innovaciones en la industria metalúrgica, que dieron por resultado un metal más puro y manejable, el acero, y originaron la industria siderúrgica. El petróleo comenzó a usarse como combustible en un nuevo artefacto de gran importancia tecnológica, el motor de explosión o de combustión interna. En 1859 este motor se aplicó a la iluminación, y en la década de 1890 al transporte. La primera fábrica de automóviles —Daimler-Benz, anteceso ra de la actual Mercedes Benz— se instaló en Alemania en 1890. Simultáneamente, también comenzó a utilizarse la electricidad como fuente de energía. La lámpara eléctrica revolucionó los sistemas de iluminación; pero, además, la electricidad se empleó para mover diferentes máquinas y en algunos transportes públicos, como los tranvías. Las industrias características de la segunda fase de la Revolución Industrial fueron la siderúrgica, la química y la eléctrica. La aplicación de los nuevos inventos a la industria provocó profundas transformaciones en la organización de la producción. Además, las nuevas industrias requirieron inversiones de capital muy considerables; por esta razón, las empresas que las realizaron tuvieron una capacidad de operaciones y de negocios mucho mayor que las empresas características de la primera fase.

Los ferrocarriles primero, y los barcos a vapor, más tarde, hicieron los viajes más rápidos, más regulares y también más baratos. Al mismo tiempo, el comercio de larga distancia dejó de estar limitado a los productos de lujo. Los nuevos transportes crearon condiciones para el comercio de larga distancia, por tierra y por mar, de productos de mucho peso y volumen y menor valor relativo, como los alimentos. Por ejemplo, los barcos frigorificos permitieron el comercio intercontinental de carnes congeladas.

El fin del capitalismo liberal


En las últimas décadas del siglo XIX, la economía capitalista sufrió una importante crisis originada por la fuerte caída de las ganancias de los empresarios. Esta disminución de las ganancias fue resultado de, por un lado, la caída de los precios de las mercaderías, consecuencia de la cada vez más fuerte competencia entre las empresas; y por otro lado, de la imposibilidad de bajar los costos reduciendo el salario de los trabajadores —ante la presencia cada vez más fuerte del movimiento obrero organizado. La gravedad de la situación planteó a los gobiernos de los países capitalistas la necesidad de revisar las ideas, aceptadas hasta entonces, sobre la no intervención del Estado en la economía. Los gobiernos de Francia, Alemania y de Estados Unidos comenzaron a intervenir realizando acciones concretas para evitar futuras crisis. Entre otras medidas, aplicaron políticas que restringían el ingreso de productos extranjeros en los mercados nacionales y emprendieron la conquista militar de nuevos territorios. La expansión imperial sobre Africa y Asia tuvo como objetivo obtener nuevos mercados y fuentes proveedoras de materias primas. A partir de entonces, los gobiernos de las potencias capitalistas abandonaron los principios del liberalismo económico y comenzaron a considerar a los otros Estados capitalistas como rivales.


Los empresarios capitalistas también buscaron soluciones para enfrentar la crisis. Sólo las empresas que disponían de más capital podían afrontar las grandes inversiones necesarias para incorporar los adelantos tecnológicos. Las empresas más pequeñas no pudieron competir y desaparecieron o fueron compradas por las más grandes. También hubo acuerdos entre grandes empresas para limitar la competencia y fijar los precios en el mercado. Los empresarios se propusieron reducir los costos de producción para estar en mejores condiciones para competir en el mercado. Con este objetivo, además de incorporar constantemente innovaciones técnicas y renovar la maquinaria, reorganizaron el trabajo de los obreros en las fábricas según los principios del taylorismo y más tarde el fordismo. Esta reorganización tuvo como objetivo aumentar el rendimiento del trabajo de los obreros, dividiendo el trabajo en tareas sencillas de tal forma que trabajadores no especializados —a los que se pagaban salarios más bajos y, en general, no estaban sindicalizados— pudieran hacerlo.

Taylorismo y fordismo

A fines del siglo XIX, un ingeniero estadounidense, Frederic Taylor, formuló un nuevo sistema de organización del proceso productivo: la administración científica del trabajo, conocida también como taylorismo. Su objetivo era encontrar el ritmo óptimo de trabajo, definido como aquél en el que se lograba la mayor producción en el menor tiempo posible. Esta estrategia permitió a los empresarios apropiarse de un saber que hasta entonces era exclusivo de los trabajadores calificados. La fuerte inmigración de trabajadores no calificados a Estados Unidos, que se registró a fines del siglo XIX y principios del XX, generó
un mercado de trabajo acorde con las necesidades de este sistema.

En la década de 1910, a partir de la introducción de nuevas máquinas-herramienta y la conexión de todo el proceso de trabajo a través de la llamada cadena de producción o cadena de montaje, los empresarios obtuvieron mayor cantidad de productos en el mismo tiempo. El empresario Henry Ford fue el primero en aplicar en su fábrica de automóviles esta forma de organización del trabajo, que combinaba el taylorismo con un mayor grado de automatización. Más tarde la nueva organización comenzó a llamarse fordismo.

En menos de un siglo, la utilización de nuevas tecnologías y nuevas formas de organización del trabajo revolucionaron la producción de bienes de consumo. En la imagen, cadena de montaje en la fábrica de autos Ford, en Estados Unidos.
-Tomado de Ciencias Sociales EGB Tercer Cìclo 9, Buenos Aires, Editorial Aique, 2001.